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El arte de vestir niños

Chingolito no necesita de presentación. La mayoría de arequipeños sabe que es una tienda especializada en satisfacer las necesidades de los niños -y por supuesto la de sus madres-, ya sea en ropa, zapatos, juguetes y cualquier artículo que los engreídos de la casa necesiten mientras crecen. 

Esta conocida tienda arequipeña, que lleva vistiendo a dos generaciones de “mistianos”, paulatinamente penetró en el corazón de la gente de clase media. En sus tiendas se puede encontrar todo lo que un niño necesita. 

Hermelinda Carrasco (57) y Honorio Salazar (62) son los discretos propietarios de esta  empresa que hoy tiene tres locales, dos en el centro y el tercero en la Av. Ejército.

Chingolito es producto del esfuerzo y osadía de estos emprendedores, que como la mayoría de comerciantes, empezaron en las calles como ambulantes, hasta que a inicios de los 80 se les presentó la oportunidad de instalarse en un stand, en una galería de la calle San Camilo. 

“Vendimos lo que teníamos a la mano, algunos artefactos  y otros objetos, además nos prestamos dinero de amigos y conocidos. Juntamos 1,800 Intis (antigua moneda)”, recuerda Honorio Salazar.

“En la inauguración, un compadre me preguntó por el nombre del stand. De pronto vi en un zapatito de niño escrito el nombre “Chingolito”. Nos gustó y así nacimos”, recordó.

Hasta ese momento, lo único que vendían era ropa para adultos. Cambiaron su mercadería tras un incidente. “En ese tiempo yo viajaba a Puno y Juliaca a vender. Llevaba la ropa en fardos, pero un año en fiestas de carnavales, nos robaron. Nos quedamos sin nada y teníamos muchas deudas y a nuestro primer hijo”. 

Sin nada y debiendo a todo el mundo, comenzaron nuevamente. Afortunadamente, su esposa tenía una máquina de coser y era aficionada a la costura. Así, dejando a un lado la frustración, decidieron comprar tela y ponerse a trabajar. “Lo primero que mi esposa hizo fueron unas falditas de algodón para niñas. Las colgamos en el quiosco y las empezamos a vender”. 

“Quizás por obra de Dios”, una señora les pidió varias de esas falditas, dándoles incluso un anticipo para que compraran la tela. En otra oportunidad, alguien les dejó más ropita, con la facilidad de pagar tras las ventas. Así, paulatinamente se hicieron de más mercadería para bebés y niños y al poco tiempo ellos mismos viajaron para  comprar al por mayor. 

“Siempre prestamos oídos a nuestra clientela. Lo que nos pedían lo comprábamos y  fuimos llenando la tienda con todo lo que un niño necesita”. 

Sus ventas fueron mejorando y así alquilaron primero y compraron después, los locales que hoy tienen, claro, con la ayuda de créditos que fueron pagando puntualmente

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